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Muchas gracias.



ERICK HÉCTOR HILARIO PIÑÁN
ALUMNO DEL 2º GRADO "F" DEL C. N. E. "ACP"

ESTO ES MI COLEGIO




RESEÑA HISTÓRICA
E
l actual Colegio Nacional Emblemático “Aurelio Cárdenas” de la ciudad de La Unión, del cual lleva su nombre en honor a su Primer Director y Fundador Doctor Aurelio Cárdenas Pachas para aquel entonces Colegio Nacional de Varones, un día muy memorable como es el 13 de Julio de 1946. El Dr. Aurelio Cárdenas, natural de Trujillo, quien en su paso por la carrera magisterial abrazó la noble tarea de conducir los destinos de la juventud domaína dando inicio a una generación que fue orgullo de  propios y extraños quienes se formaron en sus aulas.
            Llegó a  La Unión, por la gran amistad que tuvo con don Manuel Martel Díaz, para entonces Diputado; se desempeñó por más de 10 años frente a la Institución Educativa, siendo profesor de la Especialidad de Física y Química, siendo sus colegas los maestros: Teodoro Icaza Gonzáles, Carlos Bustamante Paredes Pedro Madrid Gutiérrez.
 Los inspectores de Educación que destacaron y cumplieron eficientemente  su labor fueron: Manuel Solís Daza, César Tutuyán Achonchón Demetrio Palomino Becerra– arequipeño– que tenía mucha simpatía y trabajó dos años, luego viajó a Venezuela; Humberto Olivera Cortez natural de Huari, más tarde llegó a ser diputado.
            A partir de entonces por el Colegio Nacional “Aurelio Cárdenas Pachas” han pasado destacados profesionales de la Educación, quienes durante su permanencia en sus 67 años han participado en forma muy activa para el desarrollo de nuestra localidad, provincia, región y la Patria en su conjunto.

Según Resolución Ministerial N° 0318-ED del 20 de octubre del 2010 se le reconoce como Colegio Nacional Emblemático “Aurelio Cárdenas” nomenclatura que recibe gracias a los logros obtenidos durante su trayectoria y por sobre todo ser el Colegio más antiguo de la Provincia con un historial alagüeño que hasta la actualidad los resultados los demuestran.




 GALERIA DE DIRECTORES


PERIODO
APELLIDOS Y NOMBRES
DESEMPEÑO
1946—1952
Dr.  Aurelio Cárdenas Pachas (Fundador)
C. N. de Varones L. U.
1953—1954
Dr. Cesario del Pino Chienda
C. N. de Varones L. U.
1955—1956
Dr. Augurio Alvarado Ratto
C. N. de Varones L. U.
1956—1957
Prof. Juan Santivañez López
C. N. de Varones L. U.
1957—1958
Prof. José Mendoza Romero
C. N. Mixto La Unión
1959—1963
Prof. Esteban Mamani Sánchez
C.  N. Mixto La Unión
1963—1964
Prof. Glicerio Alvarado Cotrina
C. N. Mixto La Unión
1965—1970
Lic. Glicerio Alvarado Cotrina
C. N. de Varones L. U.
1970—1974
Lic. Pedro R. Borja Marchand
C. N. de Varones L. U.
1975—1976
Lic. Reynaldo Roldán Huertas
C. N. de Varones L. U.
1976—1977
Lic. Pedro Peña Peña
C. N. de Varones L. U.
1977—1979
Lic. Judith Nieto de Rosales
C. N. Mixto La Unión
1979—1981
Lic. Judith Nieto de Rosales
Centro Base La Unión
1981—1983
Lic. Rafael Herrera Sosa
Centro Base La Unión
1983—1984
Lic. Elwin Palacios Castillo
C. N. “ACP” La Unión
1984—1985
Lic. Salvador Martel Loarte
C. N. “ACP” La Unión
1986—1992
Lic. Rafael Herrera Sosa
C. N. “ACP” La Unión
1992—1995
Lic. Elwin Palacios Castillo
C. N. “ACP” La Unión
1995—2010
Lic. Armando F. Espinoza López
C. N. “ACP” La Unión
2010—2013
Lic. Armando F. Espinoza López
I.E. Emblemática “ACP”
Los Hombres pasan y sus hechos quedan…












DESARROLLANDO MIS TAREAS ESCOLARES


ACTIVIDADES

       

CLASES:



ACTIVIDADES:


MIS JUEGOS DIVERTIDOS

http://www.vedoque.com/juegos/juego.php?j=ortografia-vedoque&l=es

http://www.tudiscovery.com/frozenplanet/juego2.shtml

http://www.dibujosparapintar.com/juegos_educativos_ventana.html?doc=archivos/juegos_ed_matematicas_multiplicacion.swf?700x600

http://www.educalandia.net/multiplicar/sumas_llevandose_2_cifras.php

http://www.vedoque.com/juegos/granja-matematicas-anterior.html

http://www.vedoque.com/juegos/granja-matematicas.html






LECTURAS RECOMENDADAS

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MIS EJERCICIOS DE COMPRENSIÓN LECTORA

http://www.consultasrodac.sep.gob.mx/PruebaLectura/

http://www.consultasrodac.sep.gob.mx/lectura/Registro.aspx





DIVIERTETE CON ESTOS EJERCICIOS MATEMÁTICOS

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http://educarte-mundilibros.com.mx/evaluaciones/2esp2bim.html

http://educarte-mundilibros.com.mx/evaluaciones/2esp3bim.html

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MIS LECTURAS DIVERTIDAS

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AQUI OTRO CUENTITO ... EL AURELIANO

DON AURELIO

(Cuento)
Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín de Don Aurelio. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.
-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.
Pero un día Don Aurelio regresó. Había ido de visita donde su amigo el Orgo  de Chacamayo, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y Don Aurelio sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz ronca pero retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo Don Aurelio- todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí. Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES...
Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la quebrada llamada Chacamayo, pero estaba llena de arbusto, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín Don Aurelio y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
-¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros.
Cuando la primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín de Don Aurelio permanecía el invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.
Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la nieve y la escarcha después del frio de la noche de verano. -La Primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.
La nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la escarcha cubrió de plata los arbustos. Y en seguida invitaron a su triste amigo el viento solia salir desde Chichihuayin  para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el viento. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
-¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al granizo que venga a estar con nosotros también. Y vino el granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí -decía Don Aurelio  cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco, espero que pronto cambie el tiempo. Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín de Don Aurelio no le dio ninguno.
-Nuestro amo es demasiado egoísta -decían los frutales.
De esta manera, el jardín de Don Aurelio quedó para siempre sumido en la escarcha del hielo invernal, y el viento de Chchihuayin y el granizo y la escarcha y la nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
Una mañana, don Aurelio estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que Don Aurelio no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el granizo detuvo su danza, y el viento dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
-¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera -dijo Don Aurelio, y saltó de la cama para correr a la ventana. ¿Y qué es lo que vio?
Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón el invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el viento de Chichihuayin soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
-¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.
Don Aurelio sintió que el corazón se le derretía.
-¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en invierno otra vez. Sólo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir a Don Aurelio. Entonces él se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello a Don Aurelio y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que Don Aurelio ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la primavera regresó al jardín.
-Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo Don Aurelio, y tomando una palanca enorme, echó abajo el muro.
Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, desde Chacamayo al centro de la ciudad, todos pudieron ver a Don Aurelio jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás. Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse de él.
-Pero, ¿dónde está el más pequeñito? –Preguntó- ¿ese niño que subí al árbol del rincón? Don Aurelio lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
-No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
-Díganle que vuelva mañana. Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. -¡Cómo me gustaría volverlo a ver! -repetía. Fueron pasando los años, y Don Aurelio se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón desde el Chichihuayin, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín, en el hoy convertido en el Colegio Nacional “Aurelio Cárdenas” -Tengo muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de todas.
Una mañana de invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando. Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano de la ciudad de La Unión había un árbol cubierto por completo de flores blancas, todas sus ramas eran realmente un cúmulo de niños y jóvenes cubiertos de una sabiduría muy importante que el día de hoy son unos grandes personajes de la historia del Perú.
En ello recordaba que aquel niño que había visto crecer entre sus entrañas era el niño que en cuyas manos había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.
-¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó Don Aurelio-. Dímelo, para tomar la espada y matarlo. -¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor.
-¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó Don Aurelio, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño. Entonces el niño sonrió Don Aurelio, y le dijo:
-Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Colegio Nacional “Aurelio Cárdenas” un paraíso de amor y sabiduría.

Y cuando los niños y jóvenes  llegan cada mañana a estudiar  encuentran a Don Juan muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y esta entero cubierto de flores blancas.

MIS CUENTOS... TE VA GUSTAR, LÉELO

Panchito

 **********
 Una mañana, cuando aún dormía, mi padre, suavemente lo posó sobre mi cama y palmeándome cariñosamente la frente, muy bajo me dijo: «Es tuyo». 
Era blanco, cándido e indefenso. Tímidamente se paró con esas sus patitas que más parecían copos de nieve. Levantó sus orejitas y quiso balar, pero apenas le salió un sonido inarmónico que me estremeció el alma.
Parecía un juguete. Sí, era idéntico a los que usaban los niños del pueblo en días de fiesta.
Sus ojos llenos de dulzura, al encontrarse con los míos se confundieron con ternura infinita. Triste, melancólico y dolorido sacudió su cabecita y a través de su mirada llena de misterios parecía soñar con su madre y sus altas y escarpadas punas. De pronto, nervioso, quiso correr. Mis manos lo sujetaron. Encabritándose, berreando y respirando fatigosamente, trató de liberarse.
Después de tan inútil forcejeo, rendido, se quedó dormido plácidamente sobre mi cabecera. Contemplarle así, entregado al sueño, era como un cuadro al natural que cualquier pintor hubiese querido tenerlo.
Su blancura y su dulce dormir llenó de alegría mi ser. Fue entonces que le bauticé con ese nombre que suena a pan y cariño: Panchito.
 **********
 Después de esa mañana vinieron muchas más, hasta que un día en esa su cabecita redonda le salieron dos cuernos puntiagudos como dos pequeñas estacas. Así se veía como un adulto. Gordo, esponjoso, parecía rebotar cuando corría. 
Con él, las mañanas y las tardes siempre nos sonreían porque éramos sus amigos. También los chiquillos y los animales con los que nos encontrábamos en el camino gozaban de nuestras ocurrencias y travesuras. A menudo, especialmente en los atardeceres, entre el silbido del viento y la hora de oración de los pajarillos, los dos, juntos, nos sentábamos a escuchar la maravillosa sinfonía que se regaba por el campo; entonces, Pancho, contagiado por esa armonía cautivante, plantaba bien sus patitas en tierra y alzando el hociquito al cielo empezaba a balar fuerte, tan fuerte, hasta que mis brazos llenos de ternura y amor lo aquietaban perdiéndose entre sus sedosas y blanquísima lanas.
    **********
 De aquella mañana, recordar no quiero, porque sólo con hacerlo, el alma se me llena de tristes y amargos desencantos; si embargo, las imágenes de esas horas recorren por mi mente como si lo estuviera viendo.
************
 Cuando desperté no había nadie en casa. Todos habían madrugado. De pronto escuché los balidos desesperados de Pancho. Era él quien me llamaba. Sobresaltado corrí, y vi a la propia muerte hundiéndole los dientes sobre su pescuezo blanco y apergaminado. Él, saltaba de un lado para otro. Luchaba. Se abatía con fuerza. Inútilmente trataba de romper las ligaduras que le aprisionaban las patitas lanudas de blanco marfil. Así, encorajinado y defendiéndose heroicamente permaneció largo rato; hasta que finalmente, el cuerpo se le estremeció y un suspiro lento y entrecortado acabó con su agonía. La sangre tibia y burbujeante corrió como río embravecido por el patio empedrado; luego, poco a poco tornóseroji-oscura, hasta coagularse.
No comprendí lo que estaba pasando. Aquellos minutos fueron como sueños de mal gusto. Inmensamente horroroso, terrorífico. Desde el primer momento, cual inmensas y monstruosas alucinaciones, se dibujaban ante mis ojos la cara feroz del asesino y el inmenso cuchillo que reverberaba ante los rayos del sol de las primeras horas de aquella mañana.
Perdido en el tiempo y en el mundo caminaba sin rumbo mientras el ardor insoportable devoraba mis intestinos. Eran horas de confusión, agonía y muerte. 
  **********
 Aquel atardecer cuando aún lloraba, arrancándome los cabellos, golpeándome, maldiciéndome, mi madre, que ya había vuelto del trabajo, al enterarse del triste fin de Pancho, en silencio se me había acercado. Recuerdo que sentí sus manos amorosas sobre mis hombros y con los ojos llenos de lágrimas me envolvió entre sus brazos. Así llorando, me susurraba al oído palabras, palabras que Pancho, ese amigo memorable, hubiese querido que las escuchara.
   **********
 Aquella noche, la casa entera estaba de duelo. La muerte, después de haber bebido sangre aún festejaba punzando nuestros cuerpos heridos.
Mis hermanos que también lo amaban, lloraron conmigo. Cómo no lo íbamos hacer, si Pancho era el centro de nuestras ternuras y alegrías. Si aquel animalito, que sólo le faltaba hablar, era como un hermano más, ya que su vida era parte de nuestra vida.
De tanto llorar, ya a la hora en que los gallos acostumbran cantar, nos quedamos dormidos, dejando los últimos balidos de Pancho en esas horas inermes, llenas de tragedia.
 **********
 Hoy, con los pelos que me pintan canas y a pesar de haber transcurrido los años, todavía te recuerdo Pancho.Hasta ahora no logro comprender el corazón de las gentes. No concibo tanta maldad, tanto rencor. Por una travesura en la casa del vecino no creo que hayas merecido la pena capital. No creo que el delito haya sido tan grave para que él mismo te sentenciara y ejecutara.
Hoy como ayer, tú estás vivo Pancho. Tus ojos lánguidos, tu color blanco marfil lo estoy palpando, y acariciándote entre mis brazos te sigo llorando amigo, mientras tú, sigues agonizando como un mártir en el tiempo.

Pancho, Panchito, así lo llamábamos. Su cabecita redonda jugueteaba sobre su pescuezo acolchado. Sus ojitos negros y vivaces me miraban con la sonrisa de un niño inocente. Su lana suave, esponjosa, completamente blanca, parecía dormir sobre su cuerpo, como si fueran nubes carmenadas por las rocas.
Así era Pancho, ese amigo inolvidable de mi infancia. Dulce, tierno, cariñoso. Hoy, sólo me queda el recuerdo, y cada vez que lo hago, un nudo de nostalgia se me ahoga en la garganta.
                                 Por:  Manuel L. Nieves Fabián



EL HOMBRE QUE LLEGÓ AL
INFIERNO

     Cuentan que un día cuando un hombre viajaba a las haciendas de la costa en busca de trabajo para conse­guir dinero, en el camino se encontró con un caballero elegan­temente vestido de negro montado sobre un hermoso caballo blanco, quien le dijo en tono imperativo:
-¡Amigo, ¿a dónde se va Ud.?
Asustado el hombrecito contestó:
-¡A la hacienda de Espachín, señor!
-¿Buscas trabajo?. ¿Quieres ganar plata­­? -inquirió el caballero de blanco, luego continuó- Si buscas trabajo y quieres ganar mucho dinero vamos a mi hacienda.
-¿Dónde queda, señor, tu hacien­da?, ¿En qué traba­jaré? -preguntó curioso-
-Mi hacienda no está tan lejos. Está pasando aquel cerro, abajo en la quebrada -dijo señalando el lugar-
-¿Cuánto pagarás, señor?
-¡Mucho dinero, lo suficiente para que puedas  vivir toda la vida! Eso sí, primeramente haremos un con­trato por un año, sin lugar a renun­cia. En caso de incumpli­miento perde­rás todos tus beneficios.
Como el hombrecito necesitaba dinero y no podía perder esta ocasión, aceptó y firmó el compromiso. Apenas ambas partes rubricaron sobre el pa­pel, el caballero de blanco ordenó que subiera a las ancas de su caballo y veloz partieron por caminos que nunca había visto. El caballo corría dando resoplidos y de sus cas­cos brotaban menudas chispas fulgurantes. Al llegar a un inmenso portón el caballo dio un relincho largo y prolon­gado, enton- ces, por sí solo se abrió el zaguán haciendo resonar sus goznes.
Las graderías, cual inmensos anillos, a manera de un camino a lo más profundo de la tierra, los condujo a un lugar a donde no llegaban ni los rayos del sol. Reinaba la penumbra durante el día y la noche. La luz se asemejaba a una luna tan débil en un mundo donde al parecer no habían signos de vida.
Para empezar su trabajo, el patrón le entregó un par de zapatos de fierro con la condición que sus servi­cios terminarían el día en que los zapatos se acabaran. Así, el hombreci­to empezó su trabajo haciendo los más raros mandatos. Si no cumplía, el patrón se enojaba y lo castigaba, dejándole el cuerpo completa­mente lacerado.
Un buen día le ordenó que cogie­ra leña del fondo de un pantano y que cargara en la mula que dormía a ori­llas de un gran río; diciendo esto, le hizo ver al animal.
El hombrecito aceptó sin chis­tar. Cuando se aproxi­mó a la bestia, ésta, al despertarse salió corriendo como una bala y de sus ojos parecían saltar chispas de fuego. La mula era tan briosa y salvaje que con sus cas­cos amenazaban aplastar al hombre. Siéndole imposible atra­par, no supo qué hacer. Cuando se lamentaba y llo­raba, se le apareció un anciano que con una voz tan dulce le aconsejó:
-”Así nunca atraparás a la bestia, no tienes ni soga, nada tie­nes. Infeliz y desdichado eres. Esto te pasa por haber aceptado el contrato sin haberlo pensado. Sano y buen hom­bre eres, por eso  te voy ayudar. Para atrapar a esa mula, acércate lo más que puedas y arrójale al cuello, con tu mano izquierda, la faja que llevas puesto en la cintura. Cuando hayas logrado, ya no corre­rá. Una vez que está en tus manos no dejes que se te escape ni menos le tengas compasión, en lo posible flagélalo duro y firme. Has que te respete y te tenga miedo. Cuando hayas logrado esto, llévalo al canto del pantano y cúbrale los ojos con tu poncho y sujétalo bien firme, luego grita: ¡Cárgakuy, cárgakuy, cár­gagakuy…! Al escuchar tu voz saldrán las culebras y toda clase de serpien­tes del fondo del pantano y se coloca­rán a manera de tercios de leña sobre el lomo de la bestia. Ella corcoveará y respingará y arrojará la carga cuan­tas veces sea necesario. Tú, con valor gritarás fuerte, lo sujeta­rás y lo castigarás. Cuando se haya cansado completamente, sudando y temblando de rabia cederá; entonces, formarás sogas uniendo las puntas de las culebras y con fuerza ajustarás la carga; en caso que el animal no se dejara cargar, lo casti­garás hasta sangrarlo, verás, que por fin se quedará quieta.”
El hombrecito hizo todo cuanto le dijo el anciano. No fue nada fácil, pero logró hacerlo.
Cuando llegó a casa del patrón y descargó la leña, éste no salía de su asombro. Nadie había pasado esta prueba. Lo que el hombrecito había hecho era extraordina­rio.
Y así, todas las órdenes eran obedecidas y cumpli­das, pero con la ayuda del anciano. Al cumplir el año de trabajo, los zapatos ya se le ha­bían acabado, entonces exigió al pa­trón que cumpliera las cláusulas del contra­to. El patrón no tenía argumen­tos para negarlo. Era la primera vez que un mortal le exigía con justa razón el pago por su trabajo; enton­ces, ordenó al hombreci­to que llenara cinco costales de carbón. Él no se explicaba para qué, pero pensando que era su último trabajo fue con direc­ción a la cocina; al llegar, encontró a una mujer cruel -mente maltrata­da; al verla, se asustó; al preguntar­le, quién era, ella respondió que había cargado leña y el empleado le había maltrata­do así, y que sufría esta condena por ser la mujer del cura.
El estado en que se encontraba la mujer le heló el cuerpo. Nunca había pensado que la mula sería la mujer; sin embargo, no quiso desobede­cer a su amo, y presuroso llenó los cinco costales de carbón.
El patrón no encontró motivos para pretextar y retenerlo por más tiempo. Leyó y releyó el contrato y no tuvo más remedio que cumplir. Mirándo­le con envidia por el alma que perdía le dijo:
-¡Puedes irte! ¡Llévate por el precio de todo tu trabajo los cinco costales de carbón! Eso sí te reco­miendo que no lo abras, sino al llegar a tu casa.
-¡Pero patrón… mi ganancia…? -trató de interro­gar el hombrecito-
Éste, con los ojos fosforescen­tes, le clavó una mirada severa. El peón agachó la cabeza y no tuvo más remedio que cargar su carbón y retor­nar a su casa. En todo el trayecto iba llorando, maldiciendo la hora en que su patrón se cruzara en su camino. “¡Un año de trabajo para ganar sólo carbón!”, repetía mecánica­mente a cada instante.
Sin darse cuenta había llagado a su casa. Su mujer y sus hijos que nada habían sabido de él durante un año, al verlo vivo no supieron qué hacer. Saltaban de gozo y lloraban de alegría. El hombrecito ni por eso se sintió feliz, seguía llorando por haber sido engañado y por haber mal­gastado su tiempo. Cuando le pregunta­ron el porqué de su congoja, les narró sus historia, y como prueba, dijo: “¡Ahí están los cinco costales de carbón.” Los curiosos, sus amigos y familiares fueron descargar a los burros que difícilmente se mantenían de pie. Los costales pesaban como si conten­drían piedras. Al abrirlos, para sorpresa de todos no era carbón, sino monedas de oro.
El hombrecito mudó su tristeza por la alegría y consideró que había sido bien pagado por todas las penurias allá en el fondo de la tierra.

De puro contento organizó una fiesta para todo el pueblo an­te el asombro de todos ellos