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ORTOGRAFÍA PRÁCTICA, LA BASE DEL APRENDIZAJE
VIDEOS DE LAS COSTUMBRES DE MI TIERRA
LOS CARNAVALES EN MI RIPAN
BANDA SONORA JUVENTUD DE RIPAN ORGULLO DOMAINO
AHORA LOS CARNAVALES EN LA CAPITAL DEL CHINCHAYSUYO
CUDRILLA DE JIJA MUJESRES BAILADO EN HONOR AL SR DE MAYO
REPORTAJE A HUANUCO PAMPA
FIESTA DEL SOL EN HUANUCO PAMPA
CORRIDA DE TOROS EN LA UNION
FIESTA PATRONAL VIRGEN DE LAS MERCEDES RIPAN
ESTO ES MI COLEGIO
RESEÑA HISTÓRICA
E
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l
actual Colegio Nacional Emblemático “Aurelio Cárdenas” de la ciudad de La
Unión, del cual lleva su nombre en honor a su Primer Director y Fundador Doctor
Aurelio Cárdenas Pachas para aquel entonces Colegio Nacional de Varones, un día
muy memorable como es el 13 de Julio de 1946. El Dr. Aurelio Cárdenas, natural
de Trujillo, quien en su paso por la carrera magisterial abrazó la noble tarea
de conducir los destinos de la juventud domaína dando inicio a una generación
que fue orgullo de propios y extraños
quienes se formaron en sus aulas.
Llegó a La Unión, por la gran amistad que tuvo con
don Manuel Martel Díaz, para entonces Diputado; se desempeñó por más de 10 años
frente a la Institución Educativa, siendo profesor de la Especialidad de Física
y Química, siendo sus colegas los maestros: Teodoro Icaza Gonzáles, Carlos
Bustamante Paredes Pedro Madrid Gutiérrez.
Los inspectores de Educación que destacaron y
cumplieron eficientemente su labor
fueron: Manuel Solís Daza, César Tutuyán Achonchón Demetrio Palomino Becerra–
arequipeño– que tenía mucha simpatía y trabajó dos años, luego viajó a
Venezuela; Humberto Olivera Cortez natural de Huari, más tarde llegó a ser
diputado.
A partir de entonces por el Colegio
Nacional “Aurelio Cárdenas Pachas” han pasado destacados profesionales de la
Educación, quienes durante su permanencia en sus 67 años han participado en
forma muy activa para el desarrollo de nuestra localidad, provincia, región y
la Patria en su conjunto.
GALERIA DE DIRECTORES
PERIODO
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APELLIDOS Y NOMBRES
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DESEMPEÑO
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1946—1952
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Dr. Aurelio
Cárdenas Pachas (Fundador)
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C. N. de Varones L.
U.
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1953—1954
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Dr. Cesario del Pino Chienda
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C. N. de Varones L.
U.
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1955—1956
|
Dr. Augurio Alvarado Ratto
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C. N. de Varones L.
U.
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1956—1957
|
Prof. Juan Santivañez López
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C. N. de Varones L.
U.
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1957—1958
|
Prof. José Mendoza Romero
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C. N. Mixto La
Unión
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1959—1963
|
Prof. Esteban Mamani Sánchez
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C. N. Mixto La Unión
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1963—1964
|
Prof. Glicerio Alvarado Cotrina
|
C. N. Mixto La
Unión
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1965—1970
|
Lic. Glicerio Alvarado Cotrina
|
C. N. de Varones L.
U.
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1970—1974
|
Lic. Pedro R. Borja Marchand
|
C. N. de Varones L.
U.
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1975—1976
|
Lic. Reynaldo Roldán Huertas
|
C. N. de Varones L.
U.
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1976—1977
|
Lic. Pedro Peña Peña
|
C. N. de Varones L.
U.
|
1977—1979
|
Lic. Judith Nieto de Rosales
|
C. N. Mixto La
Unión
|
1979—1981
|
Lic. Judith Nieto de Rosales
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Centro Base La
Unión
|
1981—1983
|
Lic. Rafael Herrera Sosa
|
Centro Base La
Unión
|
1983—1984
|
Lic. Elwin Palacios Castillo
|
C. N. “ACP” La
Unión
|
1984—1985
|
Lic. Salvador Martel Loarte
|
C. N. “ACP” La
Unión
|
1986—1992
|
Lic. Rafael Herrera Sosa
|
C. N. “ACP” La
Unión
|
1992—1995
|
Lic. Elwin Palacios Castillo
|
C. N. “ACP” La
Unión
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1995—2010
|
Lic. Armando F. Espinoza López
|
C. N. “ACP” La
Unión
|
2010—2013
|
Lic. Armando F. Espinoza López
|
I.E. Emblemática
“ACP”
|
Los
Hombres pasan y sus hechos quedan…
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MIS JUEGOS DIVERTIDOS
http://www.vedoque.com/juegos/juego.php?j=ortografia-vedoque&l=es
http://www.tudiscovery.com/frozenplanet/juego2.shtml
http://www.dibujosparapintar.com/juegos_educativos_ventana.html?doc=archivos/juegos_ed_matematicas_multiplicacion.swf?700x600
http://www.educalandia.net/multiplicar/sumas_llevandose_2_cifras.php
http://www.vedoque.com/juegos/granja-matematicas-anterior.html
http://www.vedoque.com/juegos/granja-matematicas.html
http://www.tudiscovery.com/frozenplanet/juego2.shtml
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AQUI OTRO CUENTITO ... EL AURELIANO
DON AURELIO
Cada tarde, a la salida
de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín de Don Aurelio. Era un
jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y
suave. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con
tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.
-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.
Pero un día Don Aurelio regresó. Había
ido de visita donde su amigo el Orgo de
Chacamayo, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante
ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su
conversación era limitada, y Don Aurelio sintió el deseo de volver a su
mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz ronca pero retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo Don Aurelio- todo el
mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí. Y, de
inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
ENTRADA ESTRICTAMENTE
PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES...
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES...
Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba
de ir a jugar en la quebrada llamada Chacamayo, pero estaba llena de arbusto,
estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del
muro que ocultaba el jardín Don Aurelio y recordaban nostálgicamente lo que
había detrás.
-¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros.
Cuando la primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y
flores. Sin embargo, en el jardín de Don Aurelio permanecía el invierno
todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se
olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la
hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que
volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.
Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la nieve y la escarcha
después del frio de la noche de verano. -La Primavera se olvidó de este jardín
-se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.
La nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la escarcha
cubrió de plata los arbustos. Y en seguida invitaron a su triste amigo el viento
solia salir desde Chichihuayin para que
pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el viento. Venía envuelto en
pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las
plantas y derribando las chimeneas.
-¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al granizo que
venga a estar con nosotros también. Y vino el granizo también. Todos los días
se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que
rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor,
corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el
hielo.
No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí -decía
Don Aurelio cuando se asomaba a la
ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco, espero que pronto cambie el
tiempo. Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio
frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín de Don Aurelio no le dio
ninguno.
-Nuestro amo es demasiado egoísta -decían los frutales.
De esta manera, el jardín de Don Aurelio quedó para siempre sumido en la
escarcha del hielo invernal, y el viento de Chchihuayin y el granizo y la escarcha
y la nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
Una mañana, don Aurelio estaba en la cama todavía cuando oyó que una
música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que
pensó que tenía que ser el rey que pasaba por allí. En realidad, era sólo un
jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que
Don Aurelio no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció
escuchar la música más bella del mundo. Entonces el granizo detuvo su danza, y
el viento dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas
abiertas.
-¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera -dijo Don Aurelio, y
saltó de la cama para correr a la ventana. ¿Y qué es lo que vio?
Ante sus ojos había un espectáculo
maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se
habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles
estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de
flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los
pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era
realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón el invierno reinaba. Era
el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan
pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas
alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía
completamente cubierto de escarcha y nieve, y el viento de Chichihuayin soplaba
y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
-¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que
podía. Pero el niño era demasiado pequeño.
Don Aurelio sintió que el corazón se le derretía.
-¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la primavera no
quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a
botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para
los niños.
Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa,
y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron,
salieron a escape y el jardín quedó en invierno otra vez. Sólo aquel pequeñín
del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas
que no vio venir a Don Aurelio. Entonces él se le acercó por detrás, lo tomó
gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de
repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el
cuello a Don Aurelio y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que Don Aurelio
ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la primavera regresó
al jardín.
-Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo Don Aurelio,
y tomando una palanca enorme, echó abajo el muro.
Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, desde Chacamayo al
centro de la ciudad, todos pudieron ver a Don Aurelio jugando con los niños en
el jardín más hermoso que habían visto jamás. Estuvieron allí jugando todo el
día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse de él.
-Pero, ¿dónde está el más pequeñito? –Preguntó- ¿ese niño que subí al
árbol del rincón? Don Aurelio lo quería más que a los otros, porque el pequeño
le había dado un beso.
-No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
-Díganle que vuelva mañana. Pero los niños contestaron que no sabían
dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. -¡Cómo me gustaría volverlo a
ver! -repetía. Fueron pasando los años, y Don Aurelio se puso viejo y sus
fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón
desde el Chichihuayin, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín, en el hoy
convertido en el Colegio Nacional “Aurelio Cárdenas” -Tengo muchas flores
hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de todas.
Una mañana de invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no
odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera
dormida, y que las flores estaban descansando. Sin embargo, de pronto se
restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más
lejano de la ciudad de La Unión había un árbol cubierto por completo de flores
blancas, todas sus ramas eran realmente un cúmulo de niños y jóvenes cubiertos
de una sabiduría muy importante que el día de hoy son unos grandes personajes
de la historia del Perú.
En ello recordaba que aquel niño que había visto crecer entre sus
entrañas era el niño que en cuyas manos había huellas de clavos, y también
había huellas de clavos en sus pies.
-¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó Don Aurelio-. Dímelo, para
tomar la espada y matarlo. -¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del
Amor.
-¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó Don Aurelio, y un
extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño. Entonces el niño
sonrió Don Aurelio, y le dijo:
-Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el
jardín mío, que es el Colegio Nacional “Aurelio Cárdenas” un paraíso de amor y
sabiduría.
Y cuando los niños y jóvenes llegan cada mañana a estudiar encuentran
a Don Juan muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y esta entero cubierto de
flores blancas.
MIS CUENTOS... TE VA GUSTAR, LÉELO
Panchito
**********
Una mañana, cuando aún dormía, mi padre, suavemente lo posó sobre mi
cama y palmeándome cariñosamente la frente, muy bajo me dijo: «Es tuyo».
Era blanco, cándido e indefenso. Tímidamente se paró con esas sus patitas que
más parecían copos de nieve. Levantó sus orejitas y quiso balar, pero apenas le
salió un sonido inarmónico que me estremeció el alma.
Parecía un juguete. Sí, era idéntico a los que usaban los niños del pueblo
en días de fiesta.
Sus ojos llenos de dulzura, al encontrarse con los míos se confundieron con
ternura infinita. Triste, melancólico y dolorido sacudió su cabecita y a
través de su mirada llena de misterios parecía soñar con su madre y sus altas y
escarpadas punas. De pronto, nervioso, quiso correr. Mis manos lo sujetaron.
Encabritándose, berreando y respirando fatigosamente, trató de liberarse.
Después de tan inútil forcejeo, rendido, se quedó dormido plácidamente
sobre mi cabecera. Contemplarle así, entregado al sueño, era como un cuadro al
natural que cualquier pintor hubiese querido tenerlo.
Su blancura y su dulce dormir llenó de alegría mi ser. Fue entonces que le
bauticé con ese nombre que suena a pan y cariño: Panchito.
**********
Después de esa mañana vinieron muchas más, hasta que un día en esa su
cabecita redonda le salieron dos cuernos puntiagudos como dos pequeñas estacas.
Así se veía como un adulto. Gordo, esponjoso, parecía rebotar cuando corría.
Con él, las mañanas y las tardes siempre nos sonreían porque éramos sus
amigos. También los chiquillos y los animales con los que nos encontrábamos en
el camino gozaban de nuestras ocurrencias y travesuras. A menudo, especialmente
en los atardeceres, entre el silbido del viento y la hora de oración de los
pajarillos, los dos, juntos, nos sentábamos a escuchar la maravillosa sinfonía
que se regaba por el campo; entonces, Pancho, contagiado por esa armonía
cautivante, plantaba bien sus patitas en tierra y alzando el hociquito al
cielo empezaba a balar fuerte, tan fuerte, hasta que mis brazos llenos de
ternura y amor lo aquietaban perdiéndose entre sus sedosas y blanquísima
lanas.
**********
De aquella mañana, recordar no quiero, porque sólo con hacerlo, el
alma se me llena de tristes y amargos desencantos; si embargo, las imágenes de
esas horas recorren por mi mente como si lo estuviera viendo.
************
Cuando desperté no había nadie en casa. Todos habían madrugado. De
pronto escuché los balidos desesperados de Pancho. Era él quien me
llamaba. Sobresaltado corrí, y vi a la propia muerte hundiéndole los dientes
sobre su pescuezo blanco y apergaminado. Él, saltaba de un lado para otro.
Luchaba. Se abatía con fuerza. Inútilmente trataba de romper las ligaduras que
le aprisionaban las patitas lanudas de blanco marfil. Así, encorajinado y
defendiéndose heroicamente permaneció largo rato; hasta que finalmente, el
cuerpo se le estremeció y un suspiro lento y entrecortado acabó con su agonía.
La sangre tibia y burbujeante corrió como río embravecido por el patio
empedrado; luego, poco a poco tornóseroji-oscura, hasta coagularse.
No comprendí lo que estaba pasando. Aquellos minutos fueron como sueños de
mal gusto. Inmensamente horroroso, terrorífico. Desde el primer momento, cual
inmensas y monstruosas alucinaciones, se dibujaban ante mis ojos la cara feroz
del asesino y el inmenso cuchillo que reverberaba ante los rayos del sol de las
primeras horas de aquella mañana.
Perdido en el tiempo y en el mundo caminaba sin rumbo mientras el ardor
insoportable devoraba mis intestinos. Eran horas de confusión, agonía y muerte.
**********
Aquel atardecer cuando aún lloraba, arrancándome los cabellos,
golpeándome, maldiciéndome, mi madre, que ya había vuelto del trabajo, al
enterarse del triste fin de Pancho, en silencio se me había acercado. Recuerdo
que sentí sus manos amorosas sobre mis hombros y con los ojos llenos de
lágrimas me envolvió entre sus brazos. Así llorando, me susurraba al oído
palabras, palabras que Pancho, ese amigo memorable, hubiese querido que las
escuchara.
**********
Aquella noche, la casa entera estaba de duelo. La muerte, después de
haber bebido sangre aún festejaba punzando nuestros cuerpos heridos.
Mis hermanos que también lo amaban, lloraron conmigo. Cómo no lo íbamos
hacer, si Pancho era el centro de nuestras ternuras y alegrías. Si aquel
animalito, que sólo le faltaba hablar, era como un hermano más, ya que su vida
era parte de nuestra vida.
De tanto llorar, ya a la hora en que los gallos acostumbran cantar, nos
quedamos dormidos, dejando los últimos balidos de Pancho en esas horas inermes,
llenas de tragedia.
**********
Hoy, con los pelos que me pintan canas y a pesar de haber
transcurrido los años, todavía te recuerdo Pancho.Hasta ahora no logro
comprender el corazón de las gentes. No concibo tanta maldad, tanto rencor. Por
una travesura en la casa del vecino no creo que hayas merecido la pena capital.
No creo que el delito haya sido tan grave para que él mismo te sentenciara y
ejecutara.
Hoy como ayer, tú estás vivo Pancho. Tus ojos lánguidos, tu color blanco
marfil lo estoy palpando, y acariciándote entre mis brazos te sigo llorando
amigo, mientras tú, sigues agonizando como un mártir en el tiempo.
Pancho, Panchito, así lo llamábamos. Su cabecita redonda jugueteaba
sobre su pescuezo acolchado. Sus ojitos negros y vivaces me miraban con la
sonrisa de un niño inocente. Su lana suave, esponjosa, completamente blanca,
parecía dormir sobre su cuerpo, como si fueran nubes carmenadas por las rocas.
Así era Pancho, ese amigo inolvidable de mi infancia. Dulce, tierno,
cariñoso. Hoy, sólo me queda el recuerdo, y cada vez que lo hago, un nudo de
nostalgia se me ahoga en la garganta.
Por: Manuel L. Nieves Fabián
EL HOMBRE QUE LLEGÓ AL
Cuentan que un día cuando un hombre viajaba a las haciendas de la
costa en busca de trabajo para conseguir dinero, en el camino se encontró con
un caballero elegantemente vestido de negro montado sobre un hermoso caballo
blanco, quien le dijo en tono imperativo:
-¡Amigo, ¿a dónde se va Ud.?
Asustado el hombrecito contestó:
-¡A la hacienda de Espachín, señor!
-¿Buscas trabajo?. ¿Quieres ganar plata? -inquirió el caballero de blanco, luego
continuó- Si buscas trabajo y quieres ganar mucho dinero
vamos a mi hacienda.
-¿Dónde queda, señor, tu hacienda?, ¿En qué trabajaré? -preguntó curioso-
-Mi hacienda no está tan lejos. Está pasando aquel cerro, abajo en la
quebrada -dijo señalando el lugar-
-¿Cuánto pagarás, señor?
-¡Mucho dinero, lo suficiente para que puedas vivir toda la vida! Eso
sí, primeramente haremos un contrato por un año, sin lugar a renuncia. En
caso de incumplimiento perderás todos tus beneficios.
Como el hombrecito necesitaba dinero y no podía perder esta ocasión, aceptó
y firmó el compromiso. Apenas ambas partes rubricaron sobre el papel, el
caballero de blanco ordenó que subiera a las ancas de su caballo y veloz
partieron por caminos que nunca había visto. El caballo corría dando resoplidos
y de sus cascos brotaban menudas chispas fulgurantes. Al llegar a un inmenso
portón el caballo dio un relincho largo y prolongado, enton- ces, por sí solo
se abrió el zaguán haciendo resonar sus goznes.
Las graderías, cual inmensos anillos, a manera de un camino a lo más
profundo de la tierra, los condujo a un lugar a donde no llegaban ni los rayos
del sol. Reinaba la penumbra durante el día y la noche. La luz se asemejaba a
una luna tan débil en un mundo donde al parecer no habían signos de vida.
Para empezar su trabajo, el patrón le entregó un par de zapatos de fierro
con la condición que sus servicios terminarían el día en que los zapatos se
acabaran. Así, el hombrecito empezó su trabajo haciendo los más raros
mandatos. Si no cumplía, el patrón se enojaba y lo castigaba, dejándole el
cuerpo completamente lacerado.
Un buen día le ordenó que cogiera leña del fondo de un pantano y que
cargara en la mula que dormía a orillas de un gran río; diciendo esto, le hizo
ver al animal.
El hombrecito aceptó sin chistar. Cuando se aproximó a la bestia, ésta,
al despertarse salió corriendo como una bala y de sus ojos parecían saltar
chispas de fuego. La mula era tan briosa y salvaje que con sus cascos
amenazaban aplastar al hombre. Siéndole imposible atrapar, no supo qué hacer.
Cuando se lamentaba y lloraba, se le apareció un anciano que con una voz tan
dulce le aconsejó:
-”Así nunca atraparás a la bestia, no tienes ni soga, nada tienes.
Infeliz y desdichado eres. Esto te pasa por haber aceptado el contrato sin
haberlo pensado. Sano y buen hombre eres, por eso te voy ayudar. Para
atrapar a esa mula, acércate lo más que puedas y arrójale al cuello, con
tu mano izquierda, la faja que llevas puesto en la cintura. Cuando hayas
logrado, ya no correrá. Una vez que está en tus manos no dejes que se te
escape ni menos le tengas compasión, en lo posible flagélalo duro y firme.
Has que te respete y te tenga miedo. Cuando hayas logrado esto, llévalo al
canto del pantano y cúbrale los ojos con tu poncho y sujétalo bien
firme, luego grita: ¡Cárgakuy, cárgakuy, cárgagakuy…! Al escuchar tu voz
saldrán las culebras y toda clase de serpientes del fondo del pantano y se
colocarán a manera de tercios de leña sobre el lomo de la bestia. Ella corcoveará y respingará y
arrojará la carga cuantas veces sea necesario. Tú, con valor
gritarás fuerte, lo sujetarás y lo castigarás. Cuando se haya cansado
completamente, sudando y temblando de rabia cederá; entonces,
formarás sogas uniendo las puntas de las culebras y con fuerza
ajustarás la carga; en caso que el animal no se dejara cargar, lo castigarás
hasta sangrarlo, verás, que por fin se quedará quieta.”
El hombrecito hizo todo cuanto le dijo el anciano. No fue nada fácil, pero
logró hacerlo.
Cuando llegó a casa del patrón y descargó la leña, éste no salía de su
asombro. Nadie había pasado esta prueba. Lo que el hombrecito había hecho era
extraordinario.
Y así, todas las órdenes eran obedecidas y cumplidas, pero con la ayuda
del anciano. Al cumplir el año de trabajo, los zapatos ya se le habían
acabado, entonces exigió al patrón que cumpliera las cláusulas del contrato.
El patrón no tenía argumentos para negarlo. Era la primera vez que un mortal
le exigía con justa razón el pago por su trabajo; entonces, ordenó al hombrecito
que llenara cinco costales de carbón. Él no se explicaba para qué, pero
pensando que era su último trabajo fue con dirección a la cocina; al llegar,
encontró a una mujer cruel -mente maltratada; al verla, se asustó; al
preguntarle, quién era, ella respondió que había cargado leña y el empleado le
había maltratado así, y que sufría esta condena por ser la mujer del cura.
El estado en que se encontraba la mujer le heló el cuerpo. Nunca había
pensado que la mula sería la mujer; sin embargo, no quiso desobedecer a su
amo, y presuroso llenó los cinco costales de carbón.
El patrón no encontró motivos para pretextar y retenerlo por más tiempo.
Leyó y releyó el contrato y no tuvo más remedio que cumplir. Mirándole con
envidia por el alma que perdía le dijo:
-¡Puedes irte! ¡Llévate por el precio de todo tu trabajo los cinco costales
de carbón! Eso sí te recomiendo que no lo abras, sino al llegar a tu casa.
-¡Pero patrón… mi ganancia…? -trató de interrogar el hombrecito-
Éste, con los ojos fosforescentes, le clavó una mirada severa. El peón
agachó la cabeza y no tuvo más remedio que cargar su carbón y retornar a su
casa. En todo el trayecto iba llorando, maldiciendo la hora en que su patrón se
cruzara en su camino. “¡Un año de trabajo para ganar
sólo carbón!”, repetía mecánicamente a cada instante.
Sin darse cuenta había llagado a su casa. Su mujer y sus hijos que nada
habían sabido de él durante un año, al verlo vivo no supieron qué hacer.
Saltaban de gozo y lloraban de alegría. El hombrecito ni por eso se sintió
feliz, seguía llorando por haber sido engañado y por haber malgastado su tiempo.
Cuando le preguntaron el porqué de su congoja, les narró sus historia, y como
prueba, dijo: “¡Ahí están los cinco costales de carbón.” Los
curiosos, sus amigos y familiares fueron descargar a los burros que
difícilmente se mantenían de pie. Los costales pesaban como si contendrían
piedras. Al abrirlos, para sorpresa de todos no era carbón, sino monedas de
oro.
El hombrecito mudó su tristeza por la alegría y consideró que había sido
bien pagado por todas las penurias allá en el fondo de la tierra.
De puro contento organizó una fiesta para todo el pueblo ante el asombro
de todos ellos
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